martes, 5 de noviembre de 2013

Jugando al azar.

Ella era de las que creía en el destino, dejaba todo al azar. Cuentan que se jugaba las noches a cara o cruz. Recomendable de jueves a domingo y sorprendente el resto de la semana. Era de las que se dejaba sitio para el postre, de las que se apuntaba a todo. Romántica a escondidas, con risa pegadiza. Vestía ojos frágiles y labios gruesos. Era arte a la hora de apagar la luz y quedarse a solas con alguien.
Él era de los que se enamoraba fugazmente, lo que duran un par de miradas. Hacia magia al besar, sabía acariciar casi mejor que caminar. También jugaba al amor, apostaba a doble o nada cada uno de sus besos.
Los dos se aferraban a creer que en el futuro el amor llamaría a su puerta, decían que ahora era demasiado pronto.

Se conocieron y con una mirada decidieron parar el reloj. Prometieron no llamarse nunca, decirse todo si volvían a verse. Juraron quererse siempre que se encontraran. No existirían celos, no habría una palabra más alta que la otra, nunca se dirían lo que sentían. Prefirieron creer que el amor era solo cosa del futuro. Y él se acordaba de una canción de Los piratas: “promesas que no valen nada”, ya era tarde.

Se levantó con cuidado para no despertarla, se vistió y salió del cuarto. Con la camisa a medio poner le escribió una nota: “jugar al azar es lo nuestro, me acordare todo el día de ti, pensare mil veces volver hasta aquí para volver a besarte, probablemente las noches que salga saldré a buscarte… pero nos prometimos ser fieles a nosotros mismos, sé que te gusta Serendipity, anoche quedamos en verla varias veces, así que juguemos… si algún día las ganas de verme vencen a las ganas de jugar probaras una de las 9 posibilidades o quizás las 9 y me llamaras”, escribió su teléfono, con un número de menos y se fue maldiciendo las ganas de volver a sentir el tacto de su piel.
Se despertó y vio la nota, una lágrima le resbalo por la cara y cayó en una sonrisa, sentimientos incompatibles, no entendía muy bien que sentía, quería volver a mirarle fijamente, volver a sentirse vulnerable entre sus brazos pero no era capaz de descolgar el teléfono.
Ambos dejaban que el orgullo decidiera por los dos.

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