lunes, 28 de abril de 2014

Estrenaba sonrisa.

Estrenaba sonrisa, vestido y tacones. La primera la usaba para enamorar, el segundo para seducir y los terceros para provocar; caí en las tres trampas. Lo primero que me contó fue que tenía, también, corazón nuevo. No estaba dispuesta a gastarlo pronto, pero decidí subirme a la montaña rusa de su verdad y de sus miedos. Incrédulos, los dos, jugábamos a echar pulsos al amor. Cocinábamos a fuego lento cada proposición, movimiento y caricia. Me metí un par de te quieros en el bolsillo, por si en algún momento me hacían falta. Le cargue el bolso de excusas por si alguno de mis enemigos llegaba con una jugada maestra supiera como decirles que no, recordando alguna de mis caricias. Unas veces quitábamos las calles, otras las pintábamos, a veces nos revolcábamos por el suelo, otras levitábamos en una cama. Muchas noches poníamos el sol, perdimos miedo a las mañanas. Convertíamos los días en noches en vela, los besos en obras de arte. Nos encantaba fingir encuentros fortuitos, pasar las horas bailando. Fuimos usando el corazón, quitando excusas. Poco a poco fui quitándole el vestido, los tacones y el miedo a sonreír porque sí. Le dije que le leería un cuento antes de dormir las noches de tormenta, ella me prometió enseñarme a parar los relojes. Pasaron los días y dejamos de vernos…. Yo aún recuerdo a aquella niña que me despertó el corazón, usaba vestido corto, tacones altos y sonrisa implacable, aún recuerdo las trampas en su pelo. Se que ella aun recuerda a aquel chico que le enseño a caminar sin tocar el suelo, que sacaba te quieros del bolsillo, a aquel chico con el que ponía y quitaba el sol, a aquel chico con el que estreno, de nuevo, el corazón. Y sé que algún día fingiremos otro encuentro por casualidad y pasaremos las horas bailando, sonriendo porque sí.


martes, 8 de abril de 2014

Subido en tus sabanas.

No te voy a enseñar el cielo, lo inventaste tu. No te voy a llevar flores, se caen a tu paso. No te voy a prometer un corazón intacto para siempre, pero si cicatrizarte cada herida. No me escapare, estaré detrás de ti, mirándote fijamente. No te hablare de mañana ni de ayer, te enseñare que hoy ha amanecido despejado y podemos salir a jugar. Mientras te escribo, me he puesto a mirar tus fotos y he recordado que nada colorea las noches como tu pintalabios.
Empieza el calor y llegan tus vestidos, se van las trampas a mis manos. Me llevas en tus tacones, tus piernas son más que una tentación y nos perdemos bailándole al sol. La temperatura sube y los días son mas largos, nos quitan horas de noche y en huelga cerramos las persianas. Trasnochamos, subidos en tus sabanas, sin más abrigo que esa sonrisa inevitable. Mirándote desde el espejo del baño me pregunto si habrá algún regalo igual que tu despertar.

Apuro el paso hacia tu casa, cualquier segundo perdido pesa casi como las despedidas por la mañana. A mi paso se cruza toda esa gente que nunca probara la perdición de tus besos, desafiante, les miro con ese desdén de tener lo que todos querrían.
Caminas presumiendo ese color que da el verano, los ojos bien marcados y el pelo al viento, pocos cuellos se resisten en tus apariciones.
Por un rato me gusta que me sientas tuyo, te doy la mano y te miro sonriendo, a veces, en cambio, me gusta sentirme libre, te suelto la mano, la gravedad se vuelve inerte y echo a volar. Me dedico a bailar en el cuerpo de alguna niña que colecciona lunas. Me clavas la mirada, me pierdo en ella y antes de cometer algún error decido volver a tus sabanas, en las que me enseñas el cielo antes de dormir.



martes, 1 de abril de 2014

Siete cervezas.

Camino a dos centímetros del suelo, floto por el aire, sonrisa marcada y pelo minuciosamente despeinado. Tu sentada en una terraza, cerveza en mano, enfrascada en la que parece una emocionante conversación; te miro, me miras, nos miramos... Giro el cuello descaradamente, no quitas la sonrisa y empiezo a plantearme mil excusas por las que retroceder y presentarme. Paro en seco, doy unos pasos marcha atrás, intuyo una patada debajo de tu mesa que avisa de mi envalentonamiento.
"Perdona la imprudencia, no he podido evitar pararme, iba pensando en lo que me apetecía una cerveza y tu, ademas, me has antojado una sonrisa. Siento ser tan directo, pero podría haber caminado de espaldas hasta mi casa para no dejar de mirarte así que he preferido parar y decírtelo. Omite mis nervios y tomate la siguiente conmigo, esta claro que no quiero irme sin ti. Tenemos poco que perder, tampoco te prometo tener nada que ganar, pero déjame justificar esta intrusión, creo que te puedo convencer."
Pasaban los segundos, que los nervios disfrazaban de horas, seguías con la sonrisa marcada, mientras, atenta escuchabas cada palabra que te decía. Sabias mirarme fijamente, me retabas y yo te hacia el amor con los ojos.
Aceptaste aquella cerveza y riendo me dijiste: "solo tienes una oportunidad". Nos centramos en ponernos a prueba, nos convencíamos con la mirada. Al final me diste siete oportunidades, siete cervezas, se nos hizo de noche, es más, se nos hubiera hecho de día si no hubieran cerrado aquel bar. Te acompañe a casa y al despedirnos me preguntaste: "¿Que hacemos ahora que nos queremos un poco?", acercamos los labios, sonriendo, gire la cara y al oído te susurre: "Conocernos hasta enamorarnos, hoy has manejado mi sonrisa a tu antojo, no quiero saber que puedes hacer después de un beso, déjame algo de cordura por esta noche, no puedo enloquecer tan de golpe".