viernes, 8 de junio de 2018

Culpable.

Me declaro culpable de echar más de menos en los buenos momentos que en los malos. Me declaro culpable de odiar la lluvia sin pensar en la sequía. De no mirar en los pasos de zebra y de ser torpe la primera vez que le quitó la ropa a una mujer.

Me declaro culpable de ponerme nervioso cuando me miran a los labios, de hacer grandes los dobles sentidos, de que se me trabe la lengua con los primeros vinos y luego tener más soltura que alguna por Montera. 

Me declaro culpable de ser impredecible, de jugar hasta el final, de enredarme y no solo con su pelo. Me declaro culpable de exprimir los segundos, de volverme insoportable según cuando. 

Me declaro culpable de querer profundizar hasta en una hoja en blanco, de querer siempre hacer algo más, de tomarme la ultima con la luz encendida y de robar algún beso al despedirme. 

Me declaro culpable de creer siempre que la gente actuará como yo espero y quiero, de perdonar más de lo debido y olvidar menos de lo que me gustaría. 

Me declaro culpable de escuchar música para verbalizar lo que siento, de leer para encontrarme y escribir para cicatrizar. 

Me declaro culpable de tener miedo a las alturas pero de enamorarme de quien vuela más alto. De ser tajante y metódico, de hacerme grande ante la adversidad, de hablar puntualizando y sonreír poco por compromiso. Me declaro culpable de abusar de aconsejar, de hacer poco caso a los demás y de tropezar a menudo. De bailar hasta en la ducha, de verme guapo a la tercera copa y asustarme cuando me sale el modo selfie.

Me declaro culpable de excederme en detalles, de camuflar el dolor y de llorar a escondidas.

Me declaro culpable de no saber frenar las ganas de besarla, de no quitarme su olor de la memoria, ni ser capaz de ganarle la guerra al teléfono para no llamarla.





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