No te voy a enseñar el
cielo, lo inventaste tu. No te voy a llevar flores, se caen a tu paso. No te voy
a prometer un corazón intacto para siempre, pero si cicatrizarte cada herida. No
me escapare, estaré detrás de ti, mirándote fijamente. No te hablare de mañana
ni de ayer, te enseñare que hoy ha amanecido despejado y podemos salir a jugar.
Mientras te escribo, me he puesto a mirar tus fotos y he recordado que nada
colorea las noches como tu pintalabios.
Empieza el calor y llegan tus
vestidos, se van las trampas a mis manos. Me llevas en tus tacones, tus piernas
son más que una tentación y nos perdemos bailándole al sol. La temperatura sube
y los días son mas largos, nos quitan horas de noche y en huelga cerramos las
persianas. Trasnochamos, subidos en tus sabanas, sin más abrigo que esa sonrisa
inevitable. Mirándote desde el espejo del baño me pregunto si habrá algún regalo
igual que tu despertar.
Apuro el paso hacia tu
casa, cualquier segundo perdido pesa casi como las despedidas por la mañana. A
mi paso se cruza toda esa gente que nunca probara la perdición de tus besos,
desafiante, les miro con ese desdén de tener lo que todos
querrían.
Caminas presumiendo ese
color que da el verano, los ojos bien marcados y el pelo al viento, pocos
cuellos se resisten en tus apariciones.
Por un rato me gusta que
me sientas tuyo, te doy la mano y te miro sonriendo, a veces, en cambio, me
gusta sentirme libre, te suelto la mano, la gravedad se vuelve inerte y echo a
volar. Me dedico a bailar en el cuerpo de alguna niña que
colecciona lunas. Me clavas la mirada, me pierdo en ella y antes de cometer algún error decido volver a tus sabanas, en las que me enseñas el cielo antes de dormir.
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