Una botella de tequila, un par de conciertos y más de mil
sonrisas pendientes. Recuerdos de todas esas madrugadas por Madrid, jugábamos a
ser clandestinos, escapándonos por la puerta de atrás, colándonos por ventanas
abiertas.
Mi maldita sensación de hasta aquí o te enamoras, estúpida
tradición de estropear todo. Nunca sabré apostar por ella, nunca me vi capaz de
hacerla feliz. Le debo un te quiero, diez o veinte citas, cien canciones, un
sin fin se amaneceres y valor para cumplir lo que entre copas siempre prometo.
Portales usados para escondernos entre besos, botones que
estorbaban a las prisas, suplicas para
que el sol se quedara dormido un rato más y pasión sin límites pero con fecha
de caducidad. Se recogía el pelo al bailar, sonreía cuando nuestras manos coincidían
y nerviosa bajaba los ojos si la miraba fijamente...
Si alguna vez no nos podíamos ver quedábamos en algún sueño,
nos acostumbramos a dormir juntos. Siempre me dijeron que lo que más se echa de
menos de una persona es la costumbre a ella, así que por el miedo que siempre
me entra en estos casos una noche desafiando al amor le dije que me iba, había
llegado el día en el que no la escribiría para que me abriese la ventana por la
que todas las noches entraba para quitarle el edredón y lo que molestara entre
su cuerpo y el mío.
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