domingo, 10 de enero de 2016

Once.

Más de cien preguntas se acuestan en mi cama, más de veinte no te vayas bajo mi almohada. Tengo la manía de equivocarme de persona o de momento y la mala costumbre de huir ante mi fragilidad. 
Me cuesta confesar que llevo once noches buscándote entre los hielos de mi copa, que me ha dado por imaginarte cada vez que pestañeo. 
Me cuesta confesar que llevo las mismas noches midiendo los metros de la caída, que yo no tengo tus alas para volar y no hago pie cuando voy de tu mano.
He vuelto a soñar mientras duermo, en vez de dormir mientras sueño. He recuperado el odio a las despedidas, lo había perdido en las noches que actuaba de amante.
Esta mañana me he despertado y he pillado a mi corazón bailando sobre las sabanas, el estribillo de la canción decía tu nombre. 
He buscado en internet cursos intensivos de terrorismo, para atentar contra cualquier adiós que salga de tus labios, para saber como poner una bomba a cualquiera que se te acerque con la intención de alejarte de mi.
Llega enero, esta vez con la única cuesta de tus piernas, contigo bajo el brazo, enseñándome que se puede ir a favor del viento. 
Sobre mi cama siguen posadas aquellas cien preguntas, diciéndome si tendré el valor de dejarme llevar o si seguiré huyendo ante el descuido de ser vulnerable. Tengo más de cien preguntas, solo once respuestas, un manual para hacerte sonreír y la estupida costumbre de escaparme sobre los tejados. 
Haces que las nubes no quieran flotar, para remover la cama con nosotros, haces que recuerde cosas que ya había olvidado, como desvestir a fuego lento o besar sin prisa. Haces un terremoto en mis piernas cada vez que me sonríes. 
Y aquí me tienes, temblando entre once respuestas y las ganas de volverte a ver.


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