Se miraban gritando en silencio: no te vayas más.
Quiénes eran para negarse otra oportunidad, si todos los días antes de dormir se dedicaban un buenas noches, si cada mañana se les escapaba una lágrima al sentir un hueco al otro lado de la cama. Quiénes eran para no intentarlo, quiénes eran para poner en entredicho al amor.
Él le contaba que había llorado una lágrima por cada segundo sin ella, ella le describía el miedo a que él la volviera a fallar.
Él se lamentaba y ella temblaba.
Él imploraba: "si me olvidas desaparezco, mírame a los ojos, no te miento, entre sueños mis manos desabrochan los botones de tu ropa, sabiéndose de memoria cada centímetro de tu cuerpo, no quiero volver a acariciar otra espalda y si es necesario colorearé los días de noche para que no puedas escapar".
Ella cruzaba sin cesar el pequeño umbral entre el odio y el amor, se preguntaba quién decidía, si ella, su orgullo o el miedo. A veces era sí, otras tantas no. Se le escapaba la mirada a la comisura de sus labios, rogándole un beso mientras con la mano le echaba para atrás recordándole que no se puede ganar siempre.
Los dos, quietos, se debatían si podían, ya que el quererse era obvio.
Ella se preguntaba quién era para negarse lo que sentía, si cada pensamiento que tenía, lo tenía imaginándose entre sus brazos. él le juraba que juntos le ganarían a la vida y si nada era eterno, juntos, pararían el tiempo.
Él pidió clemencia, ella se la dio y juntos demostraron que segundas partes, a veces, fueron buenas.
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