Miro la pantalla del móvil con la esperanza siempre viva de tener alguna noticia tuya, busco entre conversaciones si tu nombre se esconde entre todos esos títulos. Me canso de hablarte sin decirte ni una palabra. No se cuanto tiempo podre seguir con la farsa de mirarte a escondidas. Me compro guantes nuevos de boxeo, los antiguos están desgastados de pelearme con el teléfono para no llamarte.
Me empieza a superar la insaciable necesidad de querer buscarte, me asusta este miedo a encontrarte y me matan estas ganas de no querer separarme.
Me dibujo, obligado, una sonrisa cuando me entero que otros te abren la puerta, finjo indiferencia cuando pasan días sin saber de ti.
Me descubro pensando en ti mas veces de las contadas, me esfuerzo en no recordar mis sueños por si apareces también en ellos. Tengo una imagen tuya tatuada en la imaginación, en ella me cuelo entre tu ropa, te beso suavemente y tu me dices que no hay mañana sin mi.
Recupero el aliento esas mañanas que te da por demostrarme que sigues viva, esas mañanas que haces que salga el sol, esas mañanas que al llegar la noche sacan mi parte más asesina contra la luna.
Me iría sin despedirme, sin sincerarme, pero estoy cansado de mirarte con benevolencia, aceptando tu rol como si no doliera.
Te quiero confesar que padezco adicción a tu voz, que sufro mono de tus caricias, que a veces acaricio al aire y me quema el roce de nada. Te confieso también que aun con los sueños apagados me he despertado más veces de las creíbles bajo tu ventana, que no quiero dormir si no es entre tus sabanas. Yo suelo dejar que el orgullo decida por mi y tu dejas al miedo encargado de tus decisiones. Acabo ya, robándote entre estas lineas el tiempo que preferiría gastar en desnudarte pero los días se nos van y no quiero volver a las noches en las que fingimos que todo esta bien.
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