lunes, 28 de septiembre de 2015

Un día como hoy.

Te conocí la primera noche de otoño, las hojas no habían tenido tiempo a caerse ni el sol de oscurecerse. Te conocí vestida de negro, intentando camuflarte con la noche. Malasaña nos presentó en uno de sus bares, de fondo, sonaba música que jamás entendió de modas. La conversación fluyó como si lleváramos una vida entera quedando los viernes en aquel bar. Hacías magia sin truco, suspirabas y me quitabas el miedo a dejar de respirar. Perdimos el miedo a los silencios, los convertimos cómodos entre miradas y sonrisas. Empecé a fantasear con todas las esquinas de camino a tu casa, tus piernas me avisaban que no nos iba a dar tiempo de llegar hasta tu cama. No tenías un detalle que pasara inadvertido, cada uno de ellos mataban la poca cordura que había dejado nuestro primer beso. No es que me estuviera volviendo loco, es que no sabía si iba saber estar sin ti.
Tus tacones fundían mis ojos al verte caminar, el problema no eras tú, el problema es no saberme controlar ante el erotismo de tus caderas. 
Un otoño después, las calles están más tristes y entre lágrimas malasaña me pone otra vez aquella canción, no fuiste tú, fui yo, que se me olvida de repente la forma de querer y la costumbre me hace descuidado. 
Un día como hoy, un otoño atrás, me paraba en todas las esquinas desde aquel bar hasta tu portal. Y hoy lo vuelvo a repetir. Echo de menos que te quedes callada y me mires los labios, echo de menos tus abrazos al escucharme decir "jamás me voy a ir", echo de menos oler a ti. Echo de menos morderte los labios, despeinarte el pelo y que me mojes el alma con besos. Echo de menos tu delicadeza y, a la vez, tu cuerpo de campo de minas. 
Y aquí estoy, un año después, sin encontrar las palabras para decirte que sólo en tu cama fui feliz. 



miércoles, 23 de septiembre de 2015

No, rotundamente no.

¿Te acuerdas de cuando nos despedimos? Yo probablemente todos los días.
Me acuerdo de tus lágrimas rozándome los labios, tu lengua fría y tus manos como imanes. Me acuerdo de la sensación de vacío al cerrar la puerta de aquel taxi, de las ganas de correr detrás y lo impotente que me sentí al hacerlo sin poder frenarte.
Ahora estoy bien, no te lo voy a negar, la vida sigue y he aprendido a vivir sin ti. Nunca más he vuelto a decir te quiero, tampoco he vuelto a tocar una puerta después de salir para que me dieran un beso más. Ahora convivo con supuestos, supuestos sentimientos que al cabo de un tiempo están vacíos y siguen corriendo detrás de aquel taxi. Convivo con sueños en los que te imagino buscándome en otras camas u otros besos. 
Es difícil quitarme la sonrisa, no es porque no te eche de menos, es porque cada vez que sonrío pienso en que puedes estar mirándome y vas a venir corriendo a preguntarme que de que me río.
Convivo con esta manía de esconder tú nombre en todo lo que pienso, convivo con los nervios de pensar lo que fuimos o mejor dicho, lo que podríamos haber sido. Convivo con esa sensación de que jamás volveré a sentir lo que sentí la primera vez que te vi. Convivo con las ganas de estrellarme todos los días en el accidente que fue conocerte. Con estas heridas que no quiero cicatrizar, siempre me gusto tu cara sobre mi piel. Convivo con este cuarto al revés, la cama sobre el techo y nuestros sueños en el suelo pidiéndonos que los conjuguemos en presente. Ultimamente me ha dado por enjabonar a la pared en memoria a tu espalda. 
Pero tú sonríe y que sepas que desde que te conozco siempre corrijo a los que dicen "de Madrid al cielo".
"No, rotundamente no, de Madrid a ella".


lunes, 14 de septiembre de 2015

No te conocen.

No te conocen, los que se enamoran de ti las noches que te arreglas, no, no te conocen, ya hubieran enloquecido al ver que eres aun mejor recién levantada.
Los que hablan de ojos espectaculares refiriéndose a unos verdes o azules, no te conocen, no saben lo que es perderse en el marrón de los tuyos. No, no te conocen, los que hablan de sueños sin darse cuenta que eres de carne y hueso.
No me mires sorprendida, voy a seguir con mis confesiones. No te conocen, los que se tumban en el sofá sin dejarte un hueco, los que preparan desayuno para uno, yo, aunque no estés siempre lo preparo para dos, por si un día te veo aparecer al fondo del pasillo. No te conocen los que esquivan los charcos, no saben de tu faceta de niña y saltar sobre todos los que puedes. No, no te conocen los que no han trepado farolas intentando bajarte alguna estrella.
Antes de conocerte ya te conocía, ya arrancaba flores de camino a casa, pensando en que estarías. Arropaba al hueco de mi cama por si tenias frío, me acariciaba el brazo fingiendo tus caricias. No te conocen los que te halagan con cumplidos fáciles, sin darse cuenta que a veces solo necesitas compartir presencia y un buen libro. No te conocen los que se enfadan con tus enfados, sin saber que lo que pides es un poco de atención. No, no te conocen los que no aprovechan cuando tienen la posibilidad de enredarse en tu pelo, no, no te conocen los que se creen que eres de caprichos caros y no te llevan a por un helado caminando sin destino fijo. No te conocen los que no entienden que es maravilloso sentir miedo a tu lado, miedo a no escuchar todos tus gemidos, miedo a no escucharte cantando en el coche, miedo a no volver a leerte algo de lo que escribo antes de dormir. No te conocen los que no han escuchado tu respiración durmiendo y no te han puesto la mano sobre los labios para comprobarlo por miedo. No te conocen los que no tienen miedo a tus despedidas, yo intento hacerme el sordo. No te conocen los que no sonríen imaginando alguno de tus besos, no te han desnudado los que no tienen que cruzar la pierna al recordarlo.
No te conocen y cuando lo hagan se arrepentirán toda la vida de que no estés a su lado. 



domingo, 6 de septiembre de 2015

Llega septiembre.

Te conocí de casualidad, usabas una mirada tímida, con unos labios que hablaban de todos los besos que no habían dado por ser muy caros. 
Te noté el corazón frío, recién sacado del congelador y me contó que tenías miedo a sacarlo por temor a no sentir.
Te cerré los ojos con la yema de los dedos y te susurré que no existe felicidad sin miedo a perderla. 
Me reconociste ser de las que esperaba el tren en el aeropuerto por el miedo a dejarse llevar, que muchas veces llorabas por las caricias que no te atreviste a dar. Te expliqué que aprendí a base de golpes y que cuando le pides a alguien que se quede, es porque se esta yendo. 
Prometimos intentar olvidarnos cada mañana, para hacer de lo nuestro algo esporádico y empezar cada madrugada la cuenta desde cero. Sin deudas pendientes. 
Eres uno de esos placeres inesperados, como el sol en invierno o las tormentas de verano. 
Te conocí y te aparte el pelo de la cara con una sonrisa, me conociste y me diste un escalofrío al acariciarme la mano. 
No sabíamos mucho el uno del otro, pero nos gustaba perdernos en la misma música, frivolizabamos hablando del amor y de esos locos que decían te quiero de verdad, sin darnos cuenta que estábamos perdiendo la poca cordura que teníamos. 
Llega septiembre y te intento explicar de mil maneras estas ganas de verte constantes, siendo la única acertada que observes esta maldita manía de mis ojos de no apartarse de ti. Y cuando llegue el final, podremos contar en un futuro de aquel amor que fue por aprender a estar juntos siendo libres, contaremos de aquel amor que no duro toda la vida porque la traspasó.