Y sin saber como ni por que amanecí en uno de esos lunes grises que juegan a hacernos inertes, lunes que rozan de cerca a un domingo a solas. Lunes disfrazados de melancolía. Lunes que me gusta mirar a los ojos y desafinado cantarles algún estribillo, desafiando a cualquier tormenta. Y apareció ella, como si no fuera consigo la cosa, marcando una sonrisa firme, entonando un acento perfecto, destrozando corazones a su paso.
Decido no prometerle la luna si no bajársela, decido no darle un para siempre si no parar el reloj. Y decido acercarme para presentarme, quiero pedirle perdón, perdón por desnudarla sin pedir permiso, por escribirle sin saber su nombre. Le empiezo a contar que al verla los nervios me dieron un par de saltos mortales y que el sol antes de ella no había salido. Le hablo de un hotel en las nubes en el que deberíamos hacer el amor y que al despertar nos podíamos dar un baño en alguna de esas playas a las que prometí no volver por haber borrado sus huellas. Le cuento, también, que me dio por temblar de miedo, miedo de no volver a soñarla al haberse hecho real.
Le cuento que desgaste mis suelas siguiendo un camino en el que nunca coincidíamos. Le enumero todas esas copas que le dedique, todos esas tardes en las que me pareció dormir la siesta a su lado.
Es fácil de reconocer, convierte los días grises en soleados, tiene acento del sur y provoca lluvia de estrellas a su paso.
Así que por favor, si la ven, díganle que la volví a escribir y a dejar el sobre vacío.
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