jueves, 21 de junio de 2018

Ser cicatriz o candado.

Le perdí el miedo a tu escote, le declaré la guerra y empecé la lucha con tu vestido.  

Me esforcé en que no se me escapara ninguna declaración de amor, me envalentoné y me encare con la luna por alumbrar poco tú piel. Aún no sé bien si era yo o mis manos las que gritaban.

Nos sobraban motivos para encontrarnos ángulos muertos, nos faltaban razones para enredar al tiempo en algún “dame más”. 

Tenias el arte en los labios, yo lo buscaba en los tiempos verbales. 

Nos dejábamos entrar, pero mirábamos de reojo a la puerta, como si algo nos impidiera pasar. Te pregunte: ¿qué hago aquí? No te deje responder, tú tampoco lo sabías. Recuerdo tus ojos diciéndome: ¿qué más da? Dejémonos llevar. 

No sabía si hacerle caso al corazón o apartarme de tu boca. Si perder el equilibrio y darle contenido a los recuerdos o ponerle candado a los sentidos. 

Ser valiente y añadir tus iniciales a la colección de cicatrices o seguir rellenando agenda con nombres que no volveré a buscar.





viernes, 8 de junio de 2018

Culpable.

Me declaro culpable de echar más de menos en los buenos momentos que en los malos. Me declaro culpable de odiar la lluvia sin pensar en la sequía. De no mirar en los pasos de zebra y de ser torpe la primera vez que le quitó la ropa a una mujer.

Me declaro culpable de ponerme nervioso cuando me miran a los labios, de hacer grandes los dobles sentidos, de que se me trabe la lengua con los primeros vinos y luego tener más soltura que alguna por Montera. 

Me declaro culpable de ser impredecible, de jugar hasta el final, de enredarme y no solo con su pelo. Me declaro culpable de exprimir los segundos, de volverme insoportable según cuando. 

Me declaro culpable de querer profundizar hasta en una hoja en blanco, de querer siempre hacer algo más, de tomarme la ultima con la luz encendida y de robar algún beso al despedirme. 

Me declaro culpable de creer siempre que la gente actuará como yo espero y quiero, de perdonar más de lo debido y olvidar menos de lo que me gustaría. 

Me declaro culpable de escuchar música para verbalizar lo que siento, de leer para encontrarme y escribir para cicatrizar. 

Me declaro culpable de tener miedo a las alturas pero de enamorarme de quien vuela más alto. De ser tajante y metódico, de hacerme grande ante la adversidad, de hablar puntualizando y sonreír poco por compromiso. Me declaro culpable de abusar de aconsejar, de hacer poco caso a los demás y de tropezar a menudo. De bailar hasta en la ducha, de verme guapo a la tercera copa y asustarme cuando me sale el modo selfie.

Me declaro culpable de excederme en detalles, de camuflar el dolor y de llorar a escondidas.

Me declaro culpable de no saber frenar las ganas de besarla, de no quitarme su olor de la memoria, ni ser capaz de ganarle la guerra al teléfono para no llamarla.





viernes, 1 de junio de 2018

Haciendo Madrid.

Decidí que nadie pudiera describir mi espalda más que mi pecho, que nadie fuera capaz de decir que alguna vez escribí algo a media tinta. 

Quiero que nadie pueda decirme que no supe disfrutar cada instante, que no pueda echarme en cara que la vida fue más rápida que yo. 

Somos dos haciendo Madrid, las palabras saben a poco, ninguno hablando de mañana, porque hoy es lo único en lo que creemos.

Formando puzzles con gestos, jugando a ser mayores, fingiendo saber que decir, pero con el miedo de llegar a casa y no saber de ella.

Yo pensando que la iba a perder, basándome en que en las películas de contrabando la cosas no llegan a buen puerto. Pero nosotros seguíamos haciendo Madrid, como si fuera la última vez. No hacía falta ser romántico, tampoco tenía que bajarle el cielo, porque veíamos el límite más lejos que eso. 

Cada dos esquinas los labios queriendo decir: “tengo ganas de ti”, pero con esta manía de no atreverme a levantar las cartas. 

Le advertí que iba a desenchufar la gravedad, que no se subiera si tenía vértigo, pero que yo estaba harto de paseos a ras de suelo. 

Y es que aquel día, mientras hacíamos Madrid, me prometí que nadie pudiera decir que la vida iba más rápido que yo. O no se, si es que volvió a ser más rápida y me advirtió, que esa que caminaba a mi lado, volaría conmigo un rato.