domingo, 14 de enero de 2018

Vetusta.

Vivo del presente, aprendí en una estación que no reconocí como invierno, pero que helaba. 

Aprendí que vale más luchar que ganar, sobre todo cuando no hay vencidos, si no perdidos. Aprendí que tres asaltos en una cama valen más que mil respuestas. 

Aprendí que ser feliz, siempre tiene que ser una prioridad, por sencillo que parezca, muchas veces perdemos esta perspectiva. 

Aprendí que mirar hacia un lado solo nos lleva a chocarnos, que el olvido no siempre existe y que el tiempo solo calma, no cura. Aprendí que lo que cura es aceptar y enfrentarse, pero sobre todo querer curarse.

Aprendí que hay canciones que no suenan, si no que aprietan. 

Aprendí que hay miradas que notas hasta de espaldas y miedos que no alejan, si no que acercan. 

Aprendí que las personas no cambian, solo se gestionan mejor. 

Aprendí, que desaprender para volver a aprender, hace que te des cuenta que no lo sabías bien.

Aprendí que no vuela el que quiere, si no el que sueña. 

Aprendí a sonreír más, aunque a veces duela, hay que saber disfrutar hasta de lo malo. Aprendí que el dolor es inevitable, pero que sufrir es opcional. 

Aprendí que hay para siempres reales y nuncas inexistentes. 

Aprendí que hay olores que no se olvidan, besos que nunca se dejan de dar y caricias que no se borran de la piel. 

Aprendí, sin saber que lo hacía. Aprendí que me queda mucho por aprender, pero que no hay mejor lección que dejarse llevar, aunque Vetusta me diga que suena demasiado bien.




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