Como pasar hojas de un libro y darte cuenta que no has leído
nada, como caminar sin pensar en el camino. Me di cuenta que improviso
siempre que te veo, me dejo llevar por cada una de tus miradas y me imagino
bailando sobre tu ombligo y a tus labios diciendo que sí.
Siempre fui un poco
miedoso, pensaba que en el amor no se caía
de pie, que era mejor rellenar una agenda que agarrar siempre la misma mano. Me
perdí en amaneceres, escondiéndome entre barras de bar y copas vacías sin saber
qué era eso de soñar despierto. Destrozando vestidos, desabrochando obstáculos y
desnudando palabras fui engañando a lunas que no se daban cuenta que eran
llenas, de vez en mes.
Pasaban las horas, tú volabas por Nueva York, yo caminaba en Madrid, pensándonos lejos sin darnos cuenta que antes de dormir nos soñábamos juntos. Entre dudas e improvistos tu siempre aparecías, como un día escribió Silvio, con la palabra precisa y la sonrisa perfecta.
Mis labios preguntaban por ti y evitando la respuesta mis ojos se dirigían a otros para encontrar alguna solución barata a la ausencia de tus besos.
Mis labios preguntaban por ti y evitando la respuesta mis ojos se dirigían a otros para encontrar alguna solución barata a la ausencia de tus besos.
Aunque siempre oculte mis ganas de verte, cerca de ti empecé
a creer que no todas las caídas dolerían igual y use aquel libro que pasaba sin leer como diccionario para escribirte lo que sobrio jamás sería capaz de decirte. Y es que cuando se trata de ti, cualquier resultado es infinito aunque se multiplique por cero.
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