Calcule los cuerpos en besos y los besos en sonrisas. Entendí
que el placer se conseguía sudando y que nada es eterno.
Me aposte la felicidad en más de una barra con mujeres de
infarto: "si nos vamos juntos haré lo necesario para que seas feliz, si no
lo haces venderé mi sonrisa por otra copa", el órdago solía acabar entre
sabanas y sonriendo les susurraba: “pierde el que tiene algo que perder”.
Pasaba el tiempo, las barras de bar y las copas de más,
pasaban ellas y a ninguna invitaba a quedarse.
Las noches a solas mal decía la suerte de no encontrar el
amor. Me consideraba un eterno enamorado, enamorado de todas y ninguna. Me engañaba
constantemente, no quería ver que lo que tenía era miedo a sentir, a ser
vulnerable, a morir por una caricia. Miedo a sufrir por una sonrisa en otra dirección,
miedo a querer despertarme cada día pegado a la misma cintura, enredado en las
mismas piernas. Miedo a suspiros inevitables, a escribir de alguien y no de
nadie.
Me envalentone, convencido de dejarme llevar, dedicarle
tiempo al amor y no solo al deseo. Y así fue.
En estas historias siempre debe haber un "y apareció
ella" con una historia romántica y apasionada que contar y así es, la hay,
pero esa es otra que aun no quiero escribir.
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