Siempre jugué a ser el valiente, el que no siente, el que mira con desdén al amor. Siempre aposte a querer con medidas, a probar distintos besos para no engancharme a unos labios específicos. Siempre fui de mirar a los ojos para mostrar seguridad. Y llegaste tu, manteniendome la mirada, preguntándome sobre mi yo de verdad, descubriendo mis mentiras, desnudando al soberbio insensible que pretendía conquistarte sin saber que estaba siendo al revés.
El problema es cuando llegan los domingos y el valiente se convierte en un cobarde, que quiere saber donde estas, maldiciendo el inoportuno momento en el que se fijo en ti.
Y tu, peor que un trozo de hielo, sigues sabiendo como tenerme ahí, sigues echándome de menos pero ocultándolo para ver si así consigues hacerte inmune a los recuerdos, hasta que se te contagia la risa en la memoria, pensando en aquellas tres noches cuando el mundo entero se nos hacia pequeño, cuando entre besos conseguíamos caer de pie.
Disfrazado de valiente, te confieso que yo también pienso en ti y que enmascarada entre palabras siempre apareces en todo lo que escribo.
Nos vemos pronto, que los minutos sin ti saben eternos.
domingo, 19 de octubre de 2014
domingo, 5 de octubre de 2014
La deuda.
El pelo recogido, me sonreías desde la otra punta de la barra. Me acerque a
saludar, me debías un baile y una fianza, quería cobrar la deuda. No me hables
de cielo, ni de infierno, no me digas que no, coge mi mano y suéltate el pelo,
esta noche te vuelvo a hacer mía. Llevo semanas preguntando qué es lo que le
falta al cielo de Madrid, al verte he entendido perfectamente porque lloran las
estrellas y la luna me arropa cada madrugada. Vengo mejor preparado que la última
vez, me diste unas semanas y cerca de cien besos, a cambio yo te deje el
corazón de fianza, esta vez bailo contigo y después vemos, no me gusta eso de
andar con el pecho roto.
Cuando te toco todo parece desaparecer, solo existes tú y ese lugar en el
que te haces pasar por mía. Prometo más te quieros y me pides más vuelos en el
viento, siempre pides un imposible y me quitas horas de sueño para dártelo. Y
seguimos en la pista de aquel bar, me das la espalda y me colocas las manos
abrazándote la cintura, te susurro que para mí eso es mejor que volar, que en
el cielo no está el límite. Sonriendo me explicas que estabas disimulando para que
no me diera cuenta que repetirías ese momento todos los días de tu vida.
Una noche más, bailando abrazados, nos volvimos a creer que lo nuestro no acabaría
jamás.
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