martes, 4 de diciembre de 2018

Ella me sonrió.

Todo depende de la perspectiva. Ella soltaba mi mano y yo no sé la agarraba. El final del cuento es el mismo, pero la intención es distinta. 
La miré. No sé si me estaba precipitando, pero mis ojos la desnudaban con la mirada y yo no podía evitar imaginarme ciento cuarenta y seis noches quitándole la ropa. Ella me sonrió. No sé si me estaba autoengañando, pero mis labios susurraban para dentro un “te quiero” y yo no podía evitar pensar en todas las veces que se lo demostraría. 
La invité una copa. No sé si para emborracharla a ella o para arrancar mis palabras, no sé si para desinhibirla o para matar mis miedos. No sé si ella pensaba en quedarse, pero yo buscaba excusas para no irme. 
Me preguntó si quería otra. Y pedí otra ronda. No sé si fue ella o fui yo, pero acortamos la distancia y con la siguiente... la besé.
No sé si fue amor, tampoco sé si hubiera durado toda la vida, solo sé que vimos esa noche desde otra perspectiva. 
A la mañana siguiente ella me soltó la mano y yo... 
Yo no se la agarré.